jueves, 3 de noviembre de 2011

EDIPO REY.

Después de la boda subí a mi habitación, me senté en la cama y pensé en ella, en la mujer con la que hoy me había casado. Mañana mi cuñado Creón tendrá que ir a consultar el oráculo... por que ya no aguanto la peste que hay en mi reino.

A la mañana siguiente me despertó Creón y me dijo:

-Edipo, cuñado mio, he ido a ver el oráculo como vos me mandasteis...
-¿Así? ¿Y que es lo que dice ese estúpido oráculo al que he tenido que recurrir?
-Pues, mi Rey, el oráculo dice que el asesino de Layo habita en el reino y que el mal saldrá de él en cuanto tal asesino sea desterrado o muerto...
-¡Dios santo! Maldigo a tal asesino que haya echo esto... ¡Creón! Tendrás que hacerme un favor, tráeme un vidente, ya que del oráculo no me fió... Pero tráeme al vidente lo más rápido que puedas.
- Si, señor, pero ahora he de irme a buscarle, hablaremos más tarde.

Al oír las palabras que Creón me dijo, me quede sin fuerzas. Y esperaba que Creón me trajera al vidente en lo que quedaba de día, ahora debía de ir con mi mujer Yocasta que me estará esperando.
Cuando llego el atardecer entré en el cuarto con mi mujer e hice el amor con ella, pero Creón nos interrumpió, para decirme que había traído al vidente, me levanté y me vestí corriendo. Al salir, le encontré sentado en mi salón, me acerqué a él y le dije:

-Espero que tus servicios me sirvan de algo, ya quiero que me digas quien es el asesino de Layo.
-Edipo, si me permite llamarlo así, sé quien es el asesino de Layo, pero no diré nada ni a usted ni a nadie, ya que vos y vuestro reino sufrirán grandes decepciones.
-Si no vas a decirme nada, marchaos, no necesito nada vuestro y si esperáis que os pagué ¡esperaréis sentado!

Mientras él se levantaba sentía una angustia por dentro, el estúpido vidente no me iba a decir nada y tendría que investigar yo.

 Pasaron los años, mis cuatros hijos Etéocles, Polínice, Antígona e Ismene me ayudaron a descubrir la verdad, gracias también a un siervo de Layo que me dijo, que el hombre que yo había matado, era mi padre. Cuando venía huyendo de la casa en Carinto, ya que una maldición pesaba sobre mi, y esta decía que mataría a mi padre, se casaría con mi madre y de esta unión nacerían hijos que a la vez serían mis hermanos. Por este motivo salí de su casa y tomé camino a ahora mi  reino. Pero en el cruce de caminos maté a un hombre que sin saberlo era mi padre.
Al saber esta verdad me sentí desdichado y exhausto, y que aquellas maldiciones que había echado al asesino de Layo debían de cumplirse y por este motivo, ser desterrado.
Al día siguiente fui a contárselo a mi mujer Yocasta, entré en nuestro cuarto y la vi colgada de una cuerda en la ventana, se había suicidado. Mi cuñado Creón me dijo que ella ya lo sabía desde hacía mucho tiempo, de tal manera que le dije:

-Creón, cuñado mio, o lo que quiera que seas, por favor sólo te pediré una última cosa más, te lo ruego cuida de mis hijos o hermanos, ya que no sé ni lo que son mio, pero cuídalos y también que mi deseo de ser desterrado se cumpla, te lo ruego...
- Edipo, por favor cualquier cosa menos esa, es un gran cargo pero sé que lo  he de cumplir...
-Lo sé y ahora me iré de aquí... Cuídate mucho...

Con tal decisión me fui a recoger mis cosas, lo que me pertenecía, y también fui a despedirme de mis hijos, y bese a cada uno de ellos. Después fui a la cocina, abrí el cajón de los cubiertos, aunque no sé si alguien entendería mis actos. Cojí un cuchillo sacándome los ojos y dejándome ciego. Lo último que noté fue la sangre cayéndome por mis manos...

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